Había pasado una noche horrible y, ahora que el alba clareaba a través de las cortinas de plástico, se sentía fatigado, totalmente vacío. Apoyado en el alféizar de la ventana, se afanaba por mantener los ojos bien cerrados: no quería ver el día; aún no. De la calle llegaban los mil ruidos del amanecer, ahogados por la altura; veinte pisos más abajo, los primeros autobuses engullían las colas de obreros.
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Había pasado una noche horrible y, ahora que el alba clareaba a través de las cortinas de plástico, se sentía fatigado, totalmente vacío. Apoyado en el alféizar de la ventana, se afanaba por mantener los ojos bien cerrados: no quería ver el día; aún no. De la calle llegaban los mil ruidos del amanecer, ahogados por la altura; veinte pisos más abajo, los primeros autobuses engullían las colas de obreros.