Paul Larkin y su amiguita echaron una angustiosa mirada hacia atrás. —¿Ves algo, Moira? La voz de él había sonado ronca, insegura. Conducir con aquella noche de perros, a través de la cortina de lluvia, mirar por el retrovisor frecuentemente, y hacer preguntas con tono alarmado y tenso, eran demasiadas ocupaciones para un hombre. Sobre todo, para un hombre joven y asustado.
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Paul Larkin y su amiguita echaron una angustiosa mirada hacia atrás. —¿Ves algo, Moira? La voz de él había sonado ronca, insegura. Conducir con aquella noche de perros, a través de la cortina de lluvia, mirar por el retrovisor frecuentemente, y hacer preguntas con tono alarmado y tenso, eran demasiadas ocupaciones para un hombre. Sobre todo, para un hombre joven y asustado.