No había nada ni nadie en un centenar de millas a la redonda, pero cada vez que Ruskin trepaba a lo alto de la colina roja tenía por costumbre otear despaciosamente el desierto circundante como si esperara ver surgir en cualquier momento a una cabalgada de vagabundos peligrosos. Así lo había hecho durante cinco meses y así estaba haciéndolo por última vez. Bajo el violento sol de la tarde, el desierto aparecía tan vasto y solitario como siempre. Arriba volaban los mismos buitres impávidos. Y eso era todo… Ruskin suspiró y miró hacia abajo, en la ladera, al lugar donde estaba su campamento, aquel agujero entre las rocas donde habían, él y Walton, descansado sus quebrantados huesos cada noche durante cinco largos meses. Ahora casi le dolía pensar que iban a abandonarlo para siempre. Y eso que durante un centenar y medio de días lo había maldecido con toda su alma…
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No había nada ni nadie en un centenar de millas a la redonda, pero cada vez que Ruskin trepaba a lo alto de la colina roja tenía por costumbre otear despaciosamente el desierto circundante como si esperara ver surgir en cualquier momento a una cabalgada de vagabundos peligrosos. Así lo había hecho durante cinco meses y así estaba haciéndolo por última vez. Bajo el violento sol de la tarde, el desierto aparecía tan vasto y solitario como siempre. Arriba volaban los mismos buitres impávidos. Y eso era todo… Ruskin suspiró y miró hacia abajo, en la ladera, al lugar donde estaba su campamento, aquel agujero entre las rocas donde habían, él y Walton, descansado sus quebrantados huesos cada noche durante cinco largos meses. Ahora casi le dolía pensar que iban a abandonarlo para siempre. Y eso que durante un centenar y medio de días lo había maldecido con toda su alma…