Los dos vaqueros saltaron como si oyeran a una cascabel a sus espaldas, mientras, ante la choza, la mujer se volvía veloz, conteniendo a duras penas una sobresaltada exclamación. Pero al ver al jinete apuntándole, ellos frenaron en seco el doble ademán en busca de sus revólveres. Conocían lo bastante a los hombres para darse cuenta de que con aquél no se podía jugar. El que llevaba la voz cantante dijo, enrabiado y agresivo: —¡Vaya! La viuda Barrett no ha perdido el tiempo en sustituir a su ladrón de vacas, ¿eh, Galt? —Otra como esa y te vuelo los sesos, sucio hijo de perra. El aludido se estremeció, porque el aviso era mortal. Sin embargo, no cabían dudas acerca de su peligrosidad y estaba enfurecido. —¡Tú eres el hijo de…!
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Los dos vaqueros saltaron como si oyeran a una cascabel a sus espaldas, mientras, ante la choza, la mujer se volvía veloz, conteniendo a duras penas una sobresaltada exclamación. Pero al ver al jinete apuntándole, ellos frenaron en seco el doble ademán en busca de sus revólveres. Conocían lo bastante a los hombres para darse cuenta de que con aquél no se podía jugar. El que llevaba la voz cantante dijo, enrabiado y agresivo: —¡Vaya! La viuda Barrett no ha perdido el tiempo en sustituir a su ladrón de vacas, ¿eh, Galt? —Otra como esa y te vuelo los sesos, sucio hijo de perra. El aludido se estremeció, porque el aviso era mortal. Sin embargo, no cabían dudas acerca de su peligrosidad y estaba enfurecido. —¡Tú eres el hijo de…!