La antropología creció en tierras lejanas, mares cálidos y poblados remotos. Su hábitat fue siempre la diversidad de hombres, sociedades y culturas. Pero aquellos gloriosos tiempos de viajeros indómitos amantes ambivalentes de la otredad más radical parecen haberse difuminado. ¿Cómo puede pensarse el discurso antropológico cuando el mundo que vivimos es, cada vez más, un mundo? Clifford Geertz, el antropólogo norteamericano más relevante de las últimas décadas, discute los términos de esta pregunta y defiende un relativismo moderado que no concluye ni en un escepticismo de la comprensión ni en un pirronismo moral que imposibilitara la crítica intercultural.
En la estela del particularismo americano y de la antropología interpretativa, Geertz polemiza con nuevas formas de etnocentrismo, que atribuye ejemplarmente a Lévi-Strauss y Rorty, en una época donde las sociedades de referencia de los antropólogos se han convertido en una suerte de collages culturales. En definitiva, lo que aquí se discute es la dimensión inevitablemente moral de cualquier reflexión epistemológica sobre la antropología poscolonial. Hay que comprender las diferencias, e intentarlo es un hecho moral: «Juzgar sin comprensión es una ofensa para la moralidad». No se puede abandonar el intento de explicación de lo local, de lo particular, en nombre de abstracciones que carecen de significado en la cultura que se estudia.
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La antropología creció en tierras lejanas, mares cálidos y poblados remotos. Su hábitat fue siempre la diversidad de hombres, sociedades y culturas. Pero aquellos gloriosos tiempos de viajeros indómitos amantes ambivalentes de la otredad más radical parecen haberse difuminado. ¿Cómo puede pensarse el discurso antropológico cuando el mundo que vivimos es, cada vez más, un mundo? Clifford Geertz, el antropólogo norteamericano más relevante de las últimas décadas, discute los términos de esta pregunta y defiende un relativismo moderado que no concluye ni en un escepticismo de la comprensión ni en un pirronismo moral que imposibilitara la crítica intercultural. En la estela del particularismo americano y de la antropología interpretativa, Geertz polemiza con nuevas formas de etnocentrismo, que atribuye ejemplarmente a Lévi-Strauss y Rorty, en una época donde las sociedades de referencia de los antropólogos se han convertido en una suerte de collages culturales. En definitiva, lo que aquí se discute es la dimensión inevitablemente moral de cualquier reflexión epistemológica sobre la antropología poscolonial. Hay que comprender las diferencias, e intentarlo es un hecho moral: «Juzgar sin comprensión es una ofensa para la moralidad». No se puede abandonar el intento de explicación de lo local, de lo particular, en nombre de abstracciones que carecen de significado en la cultura que se estudia.