Abdel sentía un odio visceral hacia los franceses. No era un odio gratuito. Sus dos hijos y su nuera, miembros del FLN1, habían caído en la lucha contra el invasor. Sin embargo, él no podía empuñar un fusil y dejarlo todo para largarse a los montes junto al resto de sus compatriotas. Se lo impedían sus setenta años, su salud ya resquebrajada y, sobre todo, su nieta Aicha, que habiendo quedado huérfana estaba a su cuidado. Pero Abdel no había renunciado a colaborar con la causa argelina. Lo hacía a su manera, clandestinamente, abasteciéndolos de víveres y pasándoles información sobre cuanto acontecía en el pequeño pueblo de Arzew.
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Abdel sentía un odio visceral hacia los franceses. No era un odio gratuito. Sus dos hijos y su nuera, miembros del FLN1, habían caído en la lucha contra el invasor. Sin embargo, él no podía empuñar un fusil y dejarlo todo para largarse a los montes junto al resto de sus compatriotas. Se lo impedían sus setenta años, su salud ya resquebrajada y, sobre todo, su nieta Aicha, que habiendo quedado huérfana estaba a su cuidado. Pero Abdel no había renunciado a colaborar con la causa argelina. Lo hacía a su manera, clandestinamente, abasteciéndolos de víveres y pasándoles información sobre cuanto acontecía en el pequeño pueblo de Arzew.