En el silencio que se produjo, sólo dos sonidos fueron audibles: el chirrido de la puerta enmohecida del cementerio y la cuenta imperturbable del notario McLower:
—Uno, dos, tres…
Moore tragó saliva. Contemplaba aquel beso en los labios yertos de Rhodes. Se imaginaba a Selena, odiando a su esposo, sintiendo repugnancia por él y cumpliendo ahora aquel trámite inexcusable.
—Cuatro, cinco… ¡Ya, señora Rhodes! —exclamó, cerrando de golpe su reloj—. ¡La última voluntad del difunto se ha cumplido!
Era cierto. Selena Rhodes se incorporó, tras dejar de besar la boca de su difunto esposo. A Moore le estremeció su aspecto. Sin saber por qué, se adelantó presurosamente hacia ella.
Llegó tarde.
La señora Rhodes cayó pesadamente en tierra, junto al féretro.
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En el silencio que se produjo, sólo dos sonidos fueron audibles: el chirrido de la puerta enmohecida del cementerio y la cuenta imperturbable del notario McLower:
—Uno, dos, tres…
Moore tragó saliva. Contemplaba aquel beso en los labios yertos de Rhodes. Se imaginaba a Selena, odiando a su esposo, sintiendo repugnancia por él y cumpliendo ahora aquel trámite inexcusable.
—Cuatro, cinco… ¡Ya, señora Rhodes! —exclamó, cerrando de golpe su reloj—. ¡La última voluntad del difunto se ha cumplido!
Era cierto. Selena Rhodes se incorporó, tras dejar de besar la boca de su difunto esposo. A Moore le estremeció su aspecto. Sin saber por qué, se adelantó presurosamente hacia ella.
Llegó tarde.
La señora Rhodes cayó pesadamente en tierra, junto al féretro.
Y Moore supo que estaba muerta.