Es una familia de clase media, acomodada, es el padre, la madre, el hijo mayor, que es un niño llamado Paúl, y dos nenas. Una familia muy derrochadora de dinero, ¡eso sí!, sólo que un día se encuentran con que en la casa siempre hace falta más dinero. Se quejan siempre, sobre todo ella, la madre, y un buen día de esos, ocurre una extraña especie de milagro a la inversa, de las paredes de la casa, se empiezan a oír voces que dicen: «¡Hace falta más dinero!, ¡hace falta más dinero!, ¡hace falta más dinero!». Es como un susurro, los chicos las escuchan, nadie dice nada, ni lo dicen en voz alta, solo lo comentan en susurros, pero el niño Paúl, él sufre mucho las voces, y se desespera porque quiere hallar una solución, entonces se va a su cuarto, donde tiene un caballito de madera y siempre lo monta (…tu, tu… tu, tu… tu, tu… tu, tu…) y le dice: «Llévame, llévame a donde está la suerte, te lo pido, te ordeno que me lleves a donde está la suerte, llévame a donde está la suerte, ¡que me lleves a donde está la suerte!», le sale fuego por los ojos. Y el caballito seguía adelante y atrás, meciéndolo, bien obstinado y obsesionado (…tu, tu… tu, tu… tu, tu… tu, tu…).
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Es una familia de clase media, acomodada, es el padre, la madre, el hijo mayor, que es un niño llamado Paúl, y dos nenas. Una familia muy derrochadora de dinero, ¡eso sí!, sólo que un día se encuentran con que en la casa siempre hace falta más dinero. Se quejan siempre, sobre todo ella, la madre, y un buen día de esos, ocurre una extraña especie de milagro a la inversa, de las paredes de la casa, se empiezan a oír voces que dicen: «¡Hace falta más dinero!, ¡hace falta más dinero!, ¡hace falta más dinero!». Es como un susurro, los chicos las escuchan, nadie dice nada, ni lo dicen en voz alta, solo lo comentan en susurros, pero el niño Paúl, él sufre mucho las voces, y se desespera porque quiere hallar una solución, entonces se va a su cuarto, donde tiene un caballito de madera y siempre lo monta (…tu, tu… tu, tu… tu, tu… tu, tu…) y le dice: «Llévame, llévame a donde está la suerte, te lo pido, te ordeno que me lleves a donde está la suerte, llévame a donde está la suerte, ¡que me lleves a donde está la suerte!», le sale fuego por los ojos. Y el caballito seguía adelante y atrás, meciéndolo, bien obstinado y obsesionado (…tu, tu… tu, tu… tu, tu… tu, tu…).