Debo confesar que esperaba mi primer caso con auténtica emoción e impaciencia. Sabía que en cualquier momento podía aparecer una silueta tras la vidriera esmerilada de la puerta, un dedo pulsaría el timbre de mi oficina, y el primer cliente pasaría por el umbral para contratarme. Me preguntaba, al mismo tiempo, de qué clase sería el caso a resolver cuando se presentara.
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Debo confesar que esperaba mi primer caso con auténtica emoción e impaciencia. Sabía que en cualquier momento podía aparecer una silueta tras la vidriera esmerilada de la puerta, un dedo pulsaría el timbre de mi oficina, y el primer cliente pasaría por el umbral para contratarme. Me preguntaba, al mismo tiempo, de qué clase sería el caso a resolver cuando se presentara.