Había sido un buen verano. Largo y cálido, como gustaba a la gente del litoral, desde los negocios de hostelería hasta los propios turistas de ambos sexos, que encontraban en la temporada estival el momento idóneo para su explosión emotiva. Para todos ellos, era hermoso vivir en verano. Apuraban hasta el máximo las posibilidades del ardiente sol, la dorada playa, las calas azules y los deportes náuticos. También, inevitablemente, el bullicio nocturno, mundano, de las salas de fiesta, las discotecas, las piscinas iluminadas y los grandes hoteles. O la intimidad cómplice de los bosques oscuros, las rutas secundarias sin tránsito, los campings y las roulottes aparcadas a distancia.
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Había sido un buen verano. Largo y cálido, como gustaba a la gente del litoral, desde los negocios de hostelería hasta los propios turistas de ambos sexos, que encontraban en la temporada estival el momento idóneo para su explosión emotiva. Para todos ellos, era hermoso vivir en verano. Apuraban hasta el máximo las posibilidades del ardiente sol, la dorada playa, las calas azules y los deportes náuticos. También, inevitablemente, el bullicio nocturno, mundano, de las salas de fiesta, las discotecas, las piscinas iluminadas y los grandes hoteles. O la intimidad cómplice de los bosques oscuros, las rutas secundarias sin tránsito, los campings y las roulottes aparcadas a distancia.