Dalmiro Sáenz ha hallado, en el difícil género del cuento, el terreno más adecuado para ejercitar su profundo don de observación y el sentido trascendente que su mirada descubre hasta en lo más sórdido y abyecto de la condición humana. «Dios es el protagonista de este libro. Pretendo que se lo note —escribe el autor en el prólogo—. Si no lo he logrado les agradeceré que recuerden que debemos perdonar no siete, sino setenta veces siete». Y algo más arriba, explica: «Todos tenemos nuestro camino de Damasco. En algunos se desliza en el plácido continuar de una educación cristiana, en otros surge con la fatal consecuencia del hombre que pregunta, en otros emerge ante la fuerza de la vida, ante la humana monstruosidad del pecado original, ante el feroz desplante del hombro que peca, dependiendo quizás de este pecado como único puente entre él y Nuestro Señor, como fue puente de gracia la lanza aquella que el soldado romano clavó en Su costado, en esa tarde sublime de la Redención». «Para estos últimos está dedicado este libro, para los que necesitan de Su ausencia, para los que tuvimos que golpearlo, azotarlo y clavarlo en la cruz, para entonces saber que existía». De ahí que al terminar la lectura de este libro vuelvan a nuestra mente las palabras del Evangelio, invocadas en su título: «Entonces Pedro le dijo: “Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí y le perdonaré? ¿Hasta siete veces?”. “Jesús le dijo: No te digo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete”». Y mientras sentimos aún la presencia de la prostituta, del poblador semibárbaro, del marinero borracho o del asesino sin remordimientos, advertimos tal vez que sobre ellos caen lágrimas desde lo alto, como un rocío de misericordia.
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Dalmiro Sáenz ha hallado, en el difícil género del cuento, el terreno más adecuado para ejercitar su profundo don de observación y el sentido trascendente que su mirada descubre hasta en lo más sórdido y abyecto de la condición humana. «Dios es el protagonista de este libro. Pretendo que se lo note —escribe el autor en el prólogo—. Si no lo he logrado les agradeceré que recuerden que debemos perdonar no siete, sino setenta veces siete». Y algo más arriba, explica: «Todos tenemos nuestro camino de Damasco. En algunos se desliza en el plácido continuar de una educación cristiana, en otros surge con la fatal consecuencia del hombre que pregunta, en otros emerge ante la fuerza de la vida, ante la humana monstruosidad del pecado original, ante el feroz desplante del hombro que peca, dependiendo quizás de este pecado como único puente entre él y Nuestro Señor, como fue puente de gracia la lanza aquella que el soldado romano clavó en Su costado, en esa tarde sublime de la Redención». «Para estos últimos está dedicado este libro, para los que necesitan de Su ausencia, para los que tuvimos que golpearlo, azotarlo y clavarlo en la cruz, para entonces saber que existía». De ahí que al terminar la lectura de este libro vuelvan a nuestra mente las palabras del Evangelio, invocadas en su título: «Entonces Pedro le dijo: “Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí y le perdonaré? ¿Hasta siete veces?”. “Jesús le dijo: No te digo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete”». Y mientras sentimos aún la presencia de la prostituta, del poblador semibárbaro, del marinero borracho o del asesino sin remordimientos, advertimos tal vez que sobre ellos caen lágrimas desde lo alto, como un rocío de misericordia.