Me lo había pronosticado uno de esos quiromantes de feria en una ocasión: —Usted… usted tiene unas extrañas rayas en su mano, señor. Yo me había sonreído, cambiando miradas burlonas con mis amigos, que reían sin tapujos ante la grave expresión del hombre de aire enfático que leía en la línea de mi mano. Puedo recordar ahora vagamente que era un individuo moreno, aceitunado, de pelo negro y rizoso y aspecto agitanado. Posiblemente procedía de alguna tribu errante zíngara, aunque no presumía de ello para explotar su modesto negocio en la feria de Coney Island.
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Me lo había pronosticado uno de esos quiromantes de feria en una ocasión: —Usted… usted tiene unas extrañas rayas en su mano, señor. Yo me había sonreído, cambiando miradas burlonas con mis amigos, que reían sin tapujos ante la grave expresión del hombre de aire enfático que leía en la línea de mi mano. Puedo recordar ahora vagamente que era un individuo moreno, aceitunado, de pelo negro y rizoso y aspecto agitanado. Posiblemente procedía de alguna tribu errante zíngara, aunque no presumía de ello para explotar su modesto negocio en la feria de Coney Island.