—¡Ya está! —dijo roncamente Héctor Rizaldo. Y sonrió, enjugándose el sudor del rostro y poniendo el mecanismo mediante una simple presión en un botón rojo. Peter Schartz asintió a su vez, conectando el mecanismo de relojería al artefacto reacción activado por su compañero. Luego, sonrió con ojos brillantes y fríos. —Listo —corroboró—. Tiene doce horas de funcionamiento exactamente. Y comprobó que su reloj de pulsera marcaba justamente las seis y diez segundos en ese momento. Echó una ojeada al reloj de su compañero, que señalaba la misma hora.
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—¡Ya está! —dijo roncamente Héctor Rizaldo. Y sonrió, enjugándose el sudor del rostro y poniendo el mecanismo mediante una simple presión en un botón rojo. Peter Schartz asintió a su vez, conectando el mecanismo de relojería al artefacto reacción activado por su compañero. Luego, sonrió con ojos brillantes y fríos. —Listo —corroboró—. Tiene doce horas de funcionamiento exactamente. Y comprobó que su reloj de pulsera marcaba justamente las seis y diez segundos en ese momento. Echó una ojeada al reloj de su compañero, que señalaba la misma hora.