El constable Warren resopló, empujando la puerta vidriera del local. Una vaharada de aire caliente y confortable azotó su rostro rubicundo bajo el casco del uniforme, con olor a leña quemada, a buen whisky y a cerveza, aunque también a guiso de pescado.
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El constable Warren resopló, empujando la puerta vidriera del local. Una vaharada de aire caliente y confortable azotó su rostro rubicundo bajo el casco del uniforme, con olor a leña quemada, a buen whisky y a cerveza, aunque también a guiso de pescado.