El disparo restalló acremente en el callejón. Un cercano silbido reveló a Duke Slatery que la bala no había pasado precisamente lejos de su cabeza. Eso dio alas a sus pies. Echó a correr más deprisa de lo que lo hiciera hasta entonces. Un segundo estampido retumbó allá, a sus espaldas, pero esta vez el proyectil pasó mucho más distanciado. El asfalto estaba negro y brillante por la llovizna y la niebla que se espesaba como si fuese puré en las calles de San Francisco, muy especialmente en las más angostas y viejas del Barrio Chino. Sus zapatos pasaban sobre él como un repiqueteo sordo y veloz.
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El disparo restalló acremente en el callejón. Un cercano silbido reveló a Duke Slatery que la bala no había pasado precisamente lejos de su cabeza. Eso dio alas a sus pies. Echó a correr más deprisa de lo que lo hiciera hasta entonces. Un segundo estampido retumbó allá, a sus espaldas, pero esta vez el proyectil pasó mucho más distanciado. El asfalto estaba negro y brillante por la llovizna y la niebla que se espesaba como si fuese puré en las calles de San Francisco, muy especialmente en las más angostas y viejas del Barrio Chino. Sus zapatos pasaban sobre él como un repiqueteo sordo y veloz.