En «Adiós muchachos» nadie es lo que parece: Alicia, la estudiante que menea con gracia sus nalgas mientras pasea en bicicleta por el Malecón, es una jinetera en busca de una superfortuna que la retire del negocio y la saque de Cuba; Víctor, contratado por las empresas Groote para llevar a cabo un original negocio turístico, basado en el submarinismo en barcos hundidos, tiene un pasado de estafador poco confesable; y Hendryck Groote, millonario holandés propietario de la empresa que financiará el proyecto de Víctor, no sólo tiene un pasado turbio: su presente, como irá descubriendo el lector, tampoco es agua clara. Todos ellos componen una novela policíaca realmente innovadora, ceñida por la estructura clásica del género, inteligente y muy, muy divertida.
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En «Adiós muchachos» nadie es lo que parece: Alicia, la estudiante que menea con gracia sus nalgas mientras pasea en bicicleta por el Malecón, es una jinetera en busca de una superfortuna que la retire del negocio y la saque de Cuba; Víctor, contratado por las empresas Groote para llevar a cabo un original negocio turístico, basado en el submarinismo en barcos hundidos, tiene un pasado de estafador poco confesable; y Hendryck Groote, millonario holandés propietario de la empresa que financiará el proyecto de Víctor, no sólo tiene un pasado turbio: su presente, como irá descubriendo el lector, tampoco es agua clara. Todos ellos componen una novela policíaca realmente innovadora, ceñida por la estructura clásica del género, inteligente y muy, muy divertida.