Aquella extraña resonancia en la noche, más allá de los fantasmales muros de blanco y endurecido hielo…
Un rugido. La voz de algo viviente, emitiendo un gorgoteo siniestro en la oscuridad. Como un aullido, como un jadeo, como un sibilante y ronco estertor animal…
Los sherpas se miraron entre sí, despavoridos. El terror asomó a sus ojos oblicuos, repentinamente angustiados, fijos en la negrura insondable.
—Es él… —musitó uno de los guías tibetanos—. ¡Es… el yeti!
De nuevo, en la noche, se captó el rugido cercano, escalofriante. Muy pálido, Lionel Sothern sintióse estremecer. Los cabellos se le erizaban en la nuca, con un helado y desagradable cosquilleo.
Súbitamente, los dos sherpas exhalaron un doble grito de vivo terror supersticioso… y echaron a correr, en franca huida, desapareciendo en las sombras de la noche.
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Era aquel sonido.
Aquella extraña resonancia en la noche, más allá de los fantasmales muros de blanco y endurecido hielo…
Un rugido. La voz de algo viviente, emitiendo un gorgoteo siniestro en la oscuridad. Como un aullido, como un jadeo, como un sibilante y ronco estertor animal…
Los sherpas se miraron entre sí, despavoridos. El terror asomó a sus ojos oblicuos, repentinamente angustiados, fijos en la negrura insondable.
—Es él… —musitó uno de los guías tibetanos—. ¡Es… el yeti!
De nuevo, en la noche, se captó el rugido cercano, escalofriante. Muy pálido, Lionel Sothern sintióse estremecer. Los cabellos se le erizaban en la nuca, con un helado y desagradable cosquilleo.
Súbitamente, los dos sherpas exhalaron un doble grito de vivo terror supersticioso… y echaron a correr, en franca huida, desapareciendo en las sombras de la noche.