El cheque, ciertamente, estaba allí, prendido a la misiva, que se había escrito en papel beige, recio y crujiente, lo mismo que el sobre. Quinientas libras, pensó Sir Brian Woodward, era mucho dinero para compensar gastos de un traslado desde Londres a un lugar cercano a la capital, como allí figuraba escrito. Dobló cuidadosamente el papel bancario, pensando en devolverlo a su remitente en cuanto llegara a aquel lugar. El mensaje le intrigaba, en verdad. No recordaba a amigo alguno que residiera en el punto de origen de aquella carta. Posiblemente algún viejo amigo pretendía darle una pequeña sorpresa, pensó para sí. Después de todo, no eran muchas las personas que conocían su dirección particular en Londres. Habitualmente, recibía el correo en su club o en las oficinas del Ministerio.
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El cheque, ciertamente, estaba allí, prendido a la misiva, que se había escrito en papel beige, recio y crujiente, lo mismo que el sobre. Quinientas libras, pensó Sir Brian Woodward, era mucho dinero para compensar gastos de un traslado desde Londres a un lugar cercano a la capital, como allí figuraba escrito. Dobló cuidadosamente el papel bancario, pensando en devolverlo a su remitente en cuanto llegara a aquel lugar. El mensaje le intrigaba, en verdad. No recordaba a amigo alguno que residiera en el punto de origen de aquella carta. Posiblemente algún viejo amigo pretendía darle una pequeña sorpresa, pensó para sí. Después de todo, no eran muchas las personas que conocían su dirección particular en Londres. Habitualmente, recibía el correo en su club o en las oficinas del Ministerio.