Me quedé mirando fijamente a mi visitante. —Estás loco —dije—. Rematadamente loco. Luego resoplé, sacudiendo la cabeza. Me limpié un lado de la cara con el cold cream del pote blanco. En el espejo del camerino, medio rostro parecía mucho más joven y bien parecido que el otro. Milagros del maquillaje. No es que sea feo ni maduro, pero en el teatro los afeites hacen su trabajo. Y lo hacen bien. —¿Por qué? —preguntó él secamente, como si no le gustara mi comentario.
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Me quedé mirando fijamente a mi visitante. —Estás loco —dije—. Rematadamente loco. Luego resoplé, sacudiendo la cabeza. Me limpié un lado de la cara con el cold cream del pote blanco. En el espejo del camerino, medio rostro parecía mucho más joven y bien parecido que el otro. Milagros del maquillaje. No es que sea feo ni maduro, pero en el teatro los afeites hacen su trabajo. Y lo hacen bien. —¿Por qué? —preguntó él secamente, como si no le gustara mi comentario.