No es en preescolar, en la escuela o el colegio el lugar indicado para que las hijas e hijos entren en contacto con el mundo fascinante y bello de la sexualidad. Sabemos que al ponerle estos calificativos de “fascinante y bello” a un tema catalogado como “espinoso”, algunos padres y madres se ponen alertas. ¡Bien que lo hagan, pues que sus hijos e hijas viven bajo su techo y se codean unos y otros casi las 24 horas de cada día!… ¿Qué nos van a decir o qué nos van a enseñar? Son interrogantes que brotan sin esfuerzo alguno. Tampoco es la religión la encargada de aparejar un camino de formación sexual para los feligreses y sus hijos e hijas. La fe, igual que la escuela, acompañan lo que se hace en la casa, pero no lo substituyen. La buena o mala orientación sexual brindada en la casa marcará los criterios, comportamientos y conductas sexuales de los hijos e hijas. Ahí aprendemos a ser personas de buenos o malos principios; a incorporar a nuestras acciones formas de ser, aún sin darnos cuenta. La educación en sexualidad siempre se da de una u otra forma y con base al ejemplo, a la forma de asimilar, reaccionar o admitir lo que otras personas son, creen, piensan o actúan. ¡Padres y madres son maestros declarados o no del estilo de comportamiento que sus hijas e hijos asuman! Datos científicamente verificables afirman que respuestas veraces a las preguntas que niños, niñas, jóvenes de ambos sexos y adultos formulan, en el campo de la sexualidad, le darán a nuestras familias, centros educativos y estilos de vida en sociedad sustento de respeto, firmeza y conocimiento que auguren un mañana mejor. La falta de respuestas, la evasión de interrogantes, los pómulos rosados por la vergüenza o el gagueo y muletillas que denotan sentirnos sorprendido e impreparados, crean discursos contradictorios y difusión de medias verdades que realmente se muestran como medias mentiras. Hay personas que desearían esconderse cuando sus hijos e hijas les hacen preguntas sexuales. Requerimos conocimiento, diálogo, naturalidad, veracidad, paciencia y un enorme respeto a la expresividad ajena, para construir espacios de formación en sexualidad. La pregunta: ¿Es la sexualidad un hacer o un modo de ser? Nos confronta con la necesidad de formarnos para servir, en forma eficiente y eficaz, a nuestra niñez, juventud y adultez que navega en mares de ignorancia, malicia, morbo y sospecha, y que tiene derecho a saber y a ¡saber bien!
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No es en preescolar, en la escuela o el colegio el lugar indicado para que las hijas e hijos entren en contacto con el mundo fascinante y bello de la sexualidad. Sabemos que al ponerle estos calificativos de “fascinante y bello” a un tema catalogado como “espinoso”, algunos padres y madres se ponen alertas. ¡Bien que lo hagan, pues que sus hijos e hijas viven bajo su techo y se codean unos y otros casi las 24 horas de cada día!… ¿Qué nos van a decir o qué nos van a enseñar? Son interrogantes que brotan sin esfuerzo alguno. Tampoco es la religión la encargada de aparejar un camino de formación sexual para los feligreses y sus hijos e hijas. La fe, igual que la escuela, acompañan lo que se hace en la casa, pero no lo substituyen. La buena o mala orientación sexual brindada en la casa marcará los criterios, comportamientos y conductas sexuales de los hijos e hijas. Ahí aprendemos a ser personas de buenos o malos principios; a incorporar a nuestras acciones formas de ser, aún sin darnos cuenta. La educación en sexualidad siempre se da de una u otra forma y con base al ejemplo, a la forma de asimilar, reaccionar o admitir lo que otras personas son, creen, piensan o actúan. ¡Padres y madres son maestros declarados o no del estilo de comportamiento que sus hijas e hijos asuman! Datos científicamente verificables afirman que respuestas veraces a las preguntas que niños, niñas, jóvenes de ambos sexos y adultos formulan, en el campo de la sexualidad, le darán a nuestras familias, centros educativos y estilos de vida en sociedad sustento de respeto, firmeza y conocimiento que auguren un mañana mejor. La falta de respuestas, la evasión de interrogantes, los pómulos rosados por la vergüenza o el gagueo y muletillas que denotan sentirnos sorprendido e impreparados, crean discursos contradictorios y difusión de medias verdades que realmente se muestran como medias mentiras. Hay personas que desearían esconderse cuando sus hijos e hijas les hacen preguntas sexuales. Requerimos conocimiento, diálogo, naturalidad, veracidad, paciencia y un enorme respeto a la expresividad ajena, para construir espacios de formación en sexualidad. La pregunta: ¿Es la sexualidad un hacer o un modo de ser? Nos confronta con la necesidad de formarnos para servir, en forma eficiente y eficaz, a nuestra niñez, juventud y adultez que navega en mares de ignorancia, malicia, morbo y sospecha, y que tiene derecho a saber y a ¡saber bien!