La gran clínica de urgencia de la populosa ciudad de Washington estaba en completo silencio. Había pasado la media noche y las sombras ennegrecían la sala de inmensas proporciones, en la que reposaban infinidad de enfermos, que dormían alineados en sus metálicas camas, pintadas cuidadosamente de blanco. En uno de los lechos descansaba un joven, con los ojos semiabiertos, aguzando el oído, dispuesto a captar el menor ruido.
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La gran clínica de urgencia de la populosa ciudad de Washington estaba en completo silencio. Había pasado la media noche y las sombras ennegrecían la sala de inmensas proporciones, en la que reposaban infinidad de enfermos, que dormían alineados en sus metálicas camas, pintadas cuidadosamente de blanco. En uno de los lechos descansaba un joven, con los ojos semiabiertos, aguzando el oído, dispuesto a captar el menor ruido.