«Tú siempre estabas con las mujeres. Ibas descubriendo la vida y te centrabas ante todo en cocinas, dormitorios y comedores.» En el tono con que su padre pronuncia esas palabras, Bettina llega a advertir una suerte de reproche. Quizá con ellas reconoce la extraordinaria fortaleza de las mujeres de esa familia, quienes no sólo alumbran las vidas, sino que se encargan de hacerlas avanzar, aun por encima de sus propios anhelos de realización personal.Son cuatro generaciones de mujeres: tía Paula, Marie, Bettina y la pequeña Anna, las que construyen el relato sin someterse a la presencia de los hombres. De los muy numerosos que sustituyeron al tío Leonhard cuando éste decidió dejar a Paula por otra mujer más instruida; de Guido, el marido de Marie, que impuso su autoridad en el ritual de las formas aunque nunca llegó ni a asomarse a la vida interior de su propia esposa, ni a la de su hija; de los dos enamorados de Bettina, uno de los cuales dio como fruto a Anna… En ninguno de ellos pudieron encontrar un calor que las confortara en su lucha, porque los hombres «te montan a su grupa cuando eres joven e ingenua y luego te pierden por el camino, en cualquier parte, sin darse cuenta siquiera.» Por eso se refugian en el vínculo de instinto y sabiduría que surgió entre ellas desde el mismo momento en que tía Paula se hizo cargo de Marie, y que supieron hacer lo suficientemente fuerte para que no se agotara en una vida, y se prolongara en sucesivas generaciones.
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«Tú siempre estabas con las mujeres. Ibas descubriendo la vida y te centrabas ante todo en cocinas, dormitorios y comedores.» En el tono con que su padre pronuncia esas palabras, Bettina llega a advertir una suerte de reproche. Quizá con ellas reconoce la extraordinaria fortaleza de las mujeres de esa familia, quienes no sólo alumbran las vidas, sino que se encargan de hacerlas avanzar, aun por encima de sus propios anhelos de realización personal.Son cuatro generaciones de mujeres: tía Paula, Marie, Bettina y la pequeña Anna, las que construyen el relato sin someterse a la presencia de los hombres. De los muy numerosos que sustituyeron al tío Leonhard cuando éste decidió dejar a Paula por otra mujer más instruida; de Guido, el marido de Marie, que impuso su autoridad en el ritual de las formas aunque nunca llegó ni a asomarse a la vida interior de su propia esposa, ni a la de su hija; de los dos enamorados de Bettina, uno de los cuales dio como fruto a Anna… En ninguno de ellos pudieron encontrar un calor que las confortara en su lucha, porque los hombres «te montan a su grupa cuando eres joven e ingenua y luego te pierden por el camino, en cualquier parte, sin darse cuenta siquiera.» Por eso se refugian en el vínculo de instinto y sabiduría que surgió entre ellas desde el mismo momento en que tía Paula se hizo cargo de Marie, y que supieron hacer lo suficientemente fuerte para que no se agotara en una vida, y se prolongara en sucesivas generaciones.