Desde la descripción de las fichas y sus movimientos, hasta las normas de etiqueta que rigen en los torneos o la práctica de ajedrez a través de Internet, este libro satisfará la curiosidad y las necesidades de quienes quieran tomar un primer contacto con este juego y también de aquellos que busquen un conocimiento más avanzado. El estilo fresco pero riguroso, facilita una aproximación adecuada a las necesidades de cada lector. A algunos ajedrecistas les disgusta que se diga que el ajedrez es un juego. Piensan que al hacerlo uno convierte en algo trivial lo que, en realidad, es una actividad intelectual profunda. Sin embargo, por mucho que lo intenten, los entusiastas del ajedrez no logran situarlo por derecho propio entre las artes ni entre los deportes. Lo asombroso es que el ajedrez tiene elementos de todos esos campos, pero sigue siendo un juego. Personalmente, prefiero pensar que el ajedrez es un juego, el mejor que se ha inventado. Tanto ingenieros como poetas amantes del verso libre disfrutan de él. Impone unas reglas y tiene límites finitos, pero cuando uno empieza a pensar que «por fin» está resolviendo sus misterios, se lleva una sorpresa. Por ello el ajedrez es a veces frustrante, aunque con mucha más frecuencia es sorprendente y delicioso. Cuanto más se adentra uno en el ajedrez, más secretos desentierra, pero lo más interesante es que nadie lo ha agotado. Incluso los potentes ordenadores actuales están muy lejos de jugar la partida de ajedrez perfecta.
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Desde la descripción de las fichas y sus movimientos, hasta las normas de etiqueta que rigen en los torneos o la práctica de ajedrez a través de Internet, este libro satisfará la curiosidad y las necesidades de quienes quieran tomar un primer contacto con este juego y también de aquellos que busquen un conocimiento más avanzado. El estilo fresco pero riguroso, facilita una aproximación adecuada a las necesidades de cada lector. A algunos ajedrecistas les disgusta que se diga que el ajedrez es un juego. Piensan que al hacerlo uno convierte en algo trivial lo que, en realidad, es una actividad intelectual profunda. Sin embargo, por mucho que lo intenten, los entusiastas del ajedrez no logran situarlo por derecho propio entre las artes ni entre los deportes. Lo asombroso es que el ajedrez tiene elementos de todos esos campos, pero sigue siendo un juego. Personalmente, prefiero pensar que el ajedrez es un juego, el mejor que se ha inventado. Tanto ingenieros como poetas amantes del verso libre disfrutan de él. Impone unas reglas y tiene límites finitos, pero cuando uno empieza a pensar que «por fin» está resolviendo sus misterios, se lleva una sorpresa. Por ello el ajedrez es a veces frustrante, aunque con mucha más frecuencia es sorprendente y delicioso. Cuanto más se adentra uno en el ajedrez, más secretos desentierra, pero lo más interesante es que nadie lo ha agotado. Incluso los potentes ordenadores actuales están muy lejos de jugar la partida de ajedrez perfecta.