Pero era inútil. Los nuevos zombis de Oriente, las máquinas asesinas del doctor Fu-Manchú, siguieron, implacables, su marcha, aun con sus rostros y cuerpos agujereados. Cayeron sobre Stuart y Frank. No necesitaban armas. Les bastaba el poder aniquilador de los brazos demoledores, musculosos, de las manos recias, macizas, duras y brutales como zarpas de acero…
Chascó el rostro de Stuart Mac Daniels, al tiempo que un aullido inhumano escapaba de la boca del agente, junto con sus encías y dientes destrozados, con su sangre a torrentes. Los dedos brutales, como masas de metal, aplastaron la nariz y hundieron los ojos del infortunado miembro de la CIA, en un amasijo horripilante, que deformó su rostro y lo convirtió en algo indescriptible, sangrante y desgarrado. Culminó el destrozo con la presión salvaje sobre el cráneo de Stuart, que crujió como un fruto maduro, y se hizo astillas bajo la piel, con un último alarido desgarrador, inhumano casi…
Mientras tanto, otras manos de dakois aferraban a Frank Marlowe… Los resultados no eran muy diferentes. Aquellas garras humanas, casi monstruosas, eran capaces de matar sin ayuda de arma alguna. Eran auténticos instrumentos de muerte. Y lo demostraron rápidamente.
Y Marlowe sintió la muerte, la asfixia, cuando esos dedos destrozaron su cuello, desgarraron su garganta y aplastaron, triturándolos, sus cartílagos y huesos. No sólo eso, el cuerpo, encogido contra la pared del corredor, fue golpeado varias veces. Seca, ferozmente. Golpeado en varios puntos vitales. Sintió reventones internos. La sangre escapó por su boca y nariz. Jadeó, cayendo de espaldas. Sus huesos crujieron bajo presiones irresistibles. Astillados, se limitaron a desgarrar tejidos internos de aquel cuerpo que caía sin vida…
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Pero era inútil. Los nuevos zombis de Oriente, las máquinas asesinas del doctor Fu-Manchú, siguieron, implacables, su marcha, aun con sus rostros y cuerpos agujereados. Cayeron sobre Stuart y Frank. No necesitaban armas. Les bastaba el poder aniquilador de los brazos demoledores, musculosos, de las manos recias, macizas, duras y brutales como zarpas de acero…
Chascó el rostro de Stuart Mac Daniels, al tiempo que un aullido inhumano escapaba de la boca del agente, junto con sus encías y dientes destrozados, con su sangre a torrentes. Los dedos brutales, como masas de metal, aplastaron la nariz y hundieron los ojos del infortunado miembro de la CIA, en un amasijo horripilante, que deformó su rostro y lo convirtió en algo indescriptible, sangrante y desgarrado. Culminó el destrozo con la presión salvaje sobre el cráneo de Stuart, que crujió como un fruto maduro, y se hizo astillas bajo la piel, con un último alarido desgarrador, inhumano casi…
Mientras tanto, otras manos de dakois aferraban a Frank Marlowe… Los resultados no eran muy diferentes. Aquellas garras humanas, casi monstruosas, eran capaces de matar sin ayuda de arma alguna. Eran auténticos instrumentos de muerte. Y lo demostraron rápidamente.
Y Marlowe sintió la muerte, la asfixia, cuando esos dedos destrozaron su cuello, desgarraron su garganta y aplastaron, triturándolos, sus cartílagos y huesos. No sólo eso, el cuerpo, encogido contra la pared del corredor, fue golpeado varias veces. Seca, ferozmente. Golpeado en varios puntos vitales. Sintió reventones internos. La sangre escapó por su boca y nariz. Jadeó, cayendo de espaldas. Sus huesos crujieron bajo presiones irresistibles. Astillados, se limitaron a desgarrar tejidos internos de aquel cuerpo que caía sin vida…