En un rincón del amplio salón, Arturo y Nita, jovencitos espigados de 13 y 9 años respectivamente, se acurrucaban junto a sus amigos Esther y Aral, que les correspondían en edades y en hazañas, sin dejar de contemplar furtivamente a sus padres. —Bueno... pues... sigue hablando —accedió el profesor Lester, reavivando el fuego en su pipa. Sigrid, su esposa, le obsequió con una penetrante y durísima mirada.
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En un rincón del amplio salón, Arturo y Nita, jovencitos espigados de 13 y 9 años respectivamente, se acurrucaban junto a sus amigos Esther y Aral, que les correspondían en edades y en hazañas, sin dejar de contemplar furtivamente a sus padres. —Bueno... pues... sigue hablando —accedió el profesor Lester, reavivando el fuego en su pipa. Sigrid, su esposa, le obsequió con una penetrante y durísima mirada.