37 lápices de grafito
Alejo duerme en su nuevo colchón casi veintidós horas seguidas, sin moverse ni una sola vez en todo ese tiempo. Apenas dos o tres minutos iniciales para encontrar la posición y se produce el reencuentro añorado con el confort, que le sumerge en un estado de profundo letargo. Las horas de sueño le han resultado eternas y se despierta completamente descansado y alerta. Los rayos de sol acaban de penetrar por el tragaluz y Alejo los saluda como cada mañana. Enciende el flexo, lo coloca en alto, sobre la tapadera del inodoro, coloca una manta en el suelo, junto a él, se pone el abrigo y los zapatos, coge uno de los dos cuadernos y todos los lápices de grafito y se sienta sobre la manta, apoyando la espalda en la pared. Observa el puñado de lápices que sostiene con ambas manos, de distintas durezas, de variados grosores, de diversas longitudes; unos viejos, otros nuevos, unos mor-disqueados (¡ay, Ariadna!), otros sin punta, unos escolares, otros técnicos, incluso hay un par de lápices de carpintero, y es que, piensa, «en la variedad está el gusto». Se pregun-ta por la razón de tantísimos lápices, de por qué lápices en lugar del bolígrafo que él pidió, de por qué no han sido tres o cuatro los que le trajera Elías, y no más, y entonces le da por contarlos: treinta y seis. Y los cuenta de nuevo: treinta y siete. ¡Vaya! Por tercera vez: treinta y siete. Treinta siete lápices de grafito.
Description:
37 lápices de grafito Alejo duerme en su nuevo colchón casi veintidós horas seguidas, sin moverse ni una sola vez en todo ese tiempo. Apenas dos o tres minutos iniciales para encontrar la posición y se produce el reencuentro añorado con el confort, que le sumerge en un estado de profundo letargo. Las horas de sueño le han resultado eternas y se despierta completamente descansado y alerta. Los rayos de sol acaban de penetrar por el tragaluz y Alejo los saluda como cada mañana. Enciende el flexo, lo coloca en alto, sobre la tapadera del inodoro, coloca una manta en el suelo, junto a él, se pone el abrigo y los zapatos, coge uno de los dos cuadernos y todos los lápices de grafito y se sienta sobre la manta, apoyando la espalda en la pared. Observa el puñado de lápices que sostiene con ambas manos, de distintas durezas, de variados grosores, de diversas longitudes; unos viejos, otros nuevos, unos mor-disqueados (¡ay, Ariadna!), otros sin punta, unos escolares, otros técnicos, incluso hay un par de lápices de carpintero, y es que, piensa, «en la variedad está el gusto». Se pregun-ta por la razón de tantísimos lápices, de por qué lápices en lugar del bolígrafo que él pidió, de por qué no han sido tres o cuatro los que le trajera Elías, y no más, y entonces le da por contarlos: treinta y seis. Y los cuenta de nuevo: treinta y siete. ¡Vaya! Por tercera vez: treinta y siete. Treinta siete lápices de grafito.