Míster McGowell no se encontraba aquella mañana de muy buen humor. Algunas arruguillas de preocupación fruncían su frente y sus músculos faciales, contraídos, evidenciaban la tensión interior que padecía. Sin embargo, se presentaba un hermoso día de junio, soleado, brillante. A través de la ventana de su severo despacho, entreabierta, penetraba el aroma dulzón de las flores de San Antonio. Pero a McGowell se le habían avinagrado aquella mañana las tostadas con mermelada y el café con leche que había desayunado.
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Míster McGowell no se encontraba aquella mañana de muy buen humor. Algunas arruguillas de preocupación fruncían su frente y sus músculos faciales, contraídos, evidenciaban la tensión interior que padecía. Sin embargo, se presentaba un hermoso día de junio, soleado, brillante. A través de la ventana de su severo despacho, entreabierta, penetraba el aroma dulzón de las flores de San Antonio. Pero a McGowell se le habían avinagrado aquella mañana las tostadas con mermelada y el café con leche que había desayunado.