Quizás tendría que haber sospechado cuando mi dualidad se puso a babear por aquel hombre de ojos azules y cuerpo atlético. Quizás tendría que haberme intimidado cuando llegó hasta mí, testosterona en estado puro, confundiéndome con una tal Sophie. Su ex, nada más y nada menos. Quizás no había sido buena idea sugerir lo del hotel frente a la discoteca para pasar un buen rato, de esos sin compromisos, que me permito de tanto en tanto. Quizás tendría que haberme dado cuenta que la extraña atracción que sentía por ese hombre no era del todo normal. Que la forma en que mi cuerpo reaccionaba a su contacto, ardiente, era diferente a cualquier otra sensación que hubiera vivido a lo largo de mi vida. Pero no, dale la culpa a la magia del momento o simplemente al aburrimiento de los últimos meses. Lo que sea. Pero tras pasar la mejor noche de mi vida, solo desearía que jamás hubiera sucedido. Porque si mi dualidad no se equivocaba, y para mi desgracia no suele equivocarse, ese no era un hombre cualquiera. Mi complemento, mi fortaleza y mi debilidad. Algo así como una profecía para mi dualidad, pero un problema con mayúsculas para mí. Porque si era todo eso, tenía que ser un dual. Y vamos, como que no tengo la más mínima intención de relacionarme con racistas sectarios asesinos. Duales. Llevo toda mi vida huyendo de ellos y aunque soy en parte una dual, herencia de una madre a la que no llegué a conocer, se que son mala gente. Y si sigo con vida no es una casualidad. He aprendido a defenderme y tengo una dualidad que pese a ser lo que es, debo admitir que es condenadamente lista. Nadie, humano o dual, va a hacernos daño sin que presentemos batalla. Y desde luego, ni loca voy a dejarme llevar por lo que me hace sentir, por muy bueno que esté. Soy capaz de plantarle cara hasta al cosmos, por habérmela jugado haciendo que encuentre a mi supuesta media naranja.
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Quizás tendría que haber sospechado cuando mi dualidad se puso a babear por aquel hombre de ojos azules y cuerpo atlético. Quizás tendría que haberme intimidado cuando llegó hasta mí, testosterona en estado puro, confundiéndome con una tal Sophie. Su ex, nada más y nada menos. Quizás no había sido buena idea sugerir lo del hotel frente a la discoteca para pasar un buen rato, de esos sin compromisos, que me permito de tanto en tanto. Quizás tendría que haberme dado cuenta que la extraña atracción que sentía por ese hombre no era del todo normal. Que la forma en que mi cuerpo reaccionaba a su contacto, ardiente, era diferente a cualquier otra sensación que hubiera vivido a lo largo de mi vida. Pero no, dale la culpa a la magia del momento o simplemente al aburrimiento de los últimos meses. Lo que sea. Pero tras pasar la mejor noche de mi vida, solo desearía que jamás hubiera sucedido. Porque si mi dualidad no se equivocaba, y para mi desgracia no suele equivocarse, ese no era un hombre cualquiera. Mi complemento, mi fortaleza y mi debilidad. Algo así como una profecía para mi dualidad, pero un problema con mayúsculas para mí. Porque si era todo eso, tenía que ser un dual. Y vamos, como que no tengo la más mínima intención de relacionarme con racistas sectarios asesinos. Duales. Llevo toda mi vida huyendo de ellos y aunque soy en parte una dual, herencia de una madre a la que no llegué a conocer, se que son mala gente. Y si sigo con vida no es una casualidad. He aprendido a defenderme y tengo una dualidad que pese a ser lo que es, debo admitir que es condenadamente lista. Nadie, humano o dual, va a hacernos daño sin que presentemos batalla. Y desde luego, ni loca voy a dejarme llevar por lo que me hace sentir, por muy bueno que esté. Soy capaz de plantarle cara hasta al cosmos, por habérmela jugado haciendo que encuentre a mi supuesta media naranja.