Los cinco capítulos que articulan La Criba se organizan en torno a una espera (la sala de espera a la nada en la que tantas veces se podía emblematizar la vida española de los cincuenta, cuando se ambienta la historia novelada): la del hijo cuyo nacimiento se anuncia inminente, pero que se retrasa sin explicación explícita, y en torno a ella los miedos, las tensiones, la charca maloliente de una sociedad herida en sus principios a la que es preciso aplicarle la acción depurativa de un buen cribado. El protagonista anónimo, verdadero antihéroe, deambula, desde la primera línea a la última de la novela, por una ciudad inhóspita, buscando un futuro, un sentido vital (a medias concretado en el hijo que está esperando de inmediato) que se le negará finalmente. A través de este personaje Sueiro nos asoma a la miseria moral y material, incluso a la ruindad, del mundo laboral de aquellos primeros cincuenta, ya fuera en el ámbito de la oficina ya en el de la redacción de una mala revista oficial. Cuando por fin llega el hijo, el estrenado padre, contemplándolo, no siente alegría, sino miedo, tristeza, soledad y silencio: el hijo recién llegado es el espejo de su propio nihilismo como individuo, la cifra resumida de su misma existencia.
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Los cinco capítulos que articulan La Criba se organizan en torno a una espera (la sala de espera a la nada en la que tantas veces se podía emblematizar la vida española de los cincuenta, cuando se ambienta la historia novelada): la del hijo cuyo nacimiento se anuncia inminente, pero que se retrasa sin explicación explícita, y en torno a ella los miedos, las tensiones, la charca maloliente de una sociedad herida en sus principios a la que es preciso aplicarle la acción depurativa de un buen cribado. El protagonista anónimo, verdadero antihéroe, deambula, desde la primera línea a la última de la novela, por una ciudad inhóspita, buscando un futuro, un sentido vital (a medias concretado en el hijo que está esperando de inmediato) que se le negará finalmente. A través de este personaje Sueiro nos asoma a la miseria moral y material, incluso a la ruindad, del mundo laboral de aquellos primeros cincuenta, ya fuera en el ámbito de la oficina ya en el de la redacción de una mala revista oficial. Cuando por fin llega el hijo, el estrenado padre, contemplándolo, no siente alegría, sino miedo, tristeza, soledad y silencio: el hijo recién llegado es el espejo de su propio nihilismo como individuo, la cifra resumida de su misma existencia.