Mamet no para. Su output es sorprendente. Y no lo son menos sus logros, reconocidos con premios como el Pulitzer; patentes en obras como Glengarry Glen Ross, Perversidad sexual en Chicago, Oleanna o Edmond; en espléndidos guiones cinematográficos como Hoffa, Los intocables o El cartero siempre llama dos veces; o en sus propias películas: Juego de emociones, Las cosas cambian, Departamento de Homicidios… Se ganó un lugar en el teatro en los setenta, uno en el cine en los ochenta; en los noventa va y viene desbordando firmeza y claridad en sus modos y convicciones; mas hoy sus últimas, últimas palabras serán una confesión: «No soy nadie más que aquel muchachito, aquel estudiante inseguro que por fin ha dado con una idea en la que puede creer y que siente que, a menos que se aferre a ella y le dedique la vida, estará perdido».
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Mamet no para. Su output es sorprendente. Y no lo son menos sus logros, reconocidos con premios como el Pulitzer; patentes en obras como Glengarry Glen Ross, Perversidad sexual en Chicago, Oleanna o Edmond; en espléndidos guiones cinematográficos como Hoffa, Los intocables o El cartero siempre llama dos veces; o en sus propias películas: Juego de emociones, Las cosas cambian, Departamento de Homicidios… Se ganó un lugar en el teatro en los setenta, uno en el cine en los ochenta; en los noventa va y viene desbordando firmeza y claridad en sus modos y convicciones; mas hoy sus últimas, últimas palabras serán una confesión: «No soy nadie más que aquel muchachito, aquel estudiante inseguro que por fin ha dado con una idea en la que puede creer y que siente que, a menos que se aferre a ella y le dedique la vida, estará perdido».