En sus primeros años como médico, el congoleño Denis Mukwege descubrió que muchas mujeres embarazadas de su país no recibían atención prenatal, lo que hacía que un número elevado de gestaciones acabaran en tragedia. Su vocación de ginecólogo nació en ese momento y le llevó a estudiar obstetricia en Francia. De regreso al Congo, se volcó en prestar atención a aquellas que estaban más desprotegidas.
Diez años más tarde, en pleno conflicto armado, fundó el hospital de Panzi, en Bukavu, una región en la que las milicias han convertido las violaciones y las mutilaciones genitales en arma de guerra, y empezó a tratar a las numerosas víctimas de la violencia sexual. Las amenazas contra él no tardaron en llegar.
Pese a ello, Mukwege, que también es pastor evangélico, denunció la situación al Gobierno —que se obstinó a negar lo que estaba ocurriendo— y luego a la comunidad internacional, a través de la tribuna de la ONU, en diciembre de 2006. Desde entonces su vida corre peligro y vive bajo protección, lo que no ha impedido que siga luchando para que cese del todo la violencia contra las mujeres del Congo.
Su empeño ha merecido el reconocimiento internacional y le ha llevado a ganar múltiples galardones, entre ellos el Premio Olof Palme, el Premio de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, el Premio Sájarov para la Libertad de Conciencia del Parlamento Europeo y el Premio Nobel de la Paz 2018.
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En sus primeros años como médico, el congoleño Denis Mukwege descubrió que muchas mujeres embarazadas de su país no recibían atención prenatal, lo que hacía que un número elevado de gestaciones acabaran en tragedia. Su vocación de ginecólogo nació en ese momento y le llevó a estudiar obstetricia en Francia. De regreso al Congo, se volcó en prestar atención a aquellas que estaban más desprotegidas.
Diez años más tarde, en pleno conflicto armado, fundó el hospital de Panzi, en Bukavu, una región en la que las milicias han convertido las violaciones y las mutilaciones genitales en arma de guerra, y empezó a tratar a las numerosas víctimas de la violencia sexual. Las amenazas contra él no tardaron en llegar.
Pese a ello, Mukwege, que también es pastor evangélico, denunció la situación al Gobierno —que se obstinó a negar lo que estaba ocurriendo— y luego a la comunidad internacional, a través de la tribuna de la ONU, en diciembre de 2006. Desde entonces su vida corre peligro y vive bajo protección, lo que no ha impedido que siga luchando para que cese del todo la violencia contra las mujeres del Congo.
Su empeño ha merecido el reconocimiento internacional y le ha llevado a ganar múltiples galardones, entre ellos el Premio Olof Palme, el Premio de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, el Premio Sájarov para la Libertad de Conciencia del Parlamento Europeo y el Premio Nobel de la Paz 2018.