En plena Segunda Guerra Mundial, la monarquía británica observa sin demasiada confianza en sus propias fuerzas el inexorable avance de los ejércitos del Reich. Pero la familia real no la forman los ubicuos miembros de la Casa de Windsor, sino el legendario rey Arturo y toda su corte de damas, nobles y caballeros.
Arturo, cuya longevidad no deja de sorprender a propios y extraños, sigue reinando a mitad del siglo XX con casi el mismo espíritu y la misma visión del mundo de su época. Así los valerosos caballeros de la Tabla Redonda no combaten a los sajones sino a los nuevos bárbaros nazis; no escuchan los relatos de sus hazañas (y de sus pifias, tan frecuentes o más) de boca de bardos, sino a través de unas viperinas emisiones radiofónicas; ni siquiera les queda el consuelo de defender el honor de unas damas que se han espabilado más de lo imaginable. Perdidos en un mundo que ya no es el suyo ofrecen, por contraposición, una imagen espectacular tan realista como desencantada de la época actual.
Barthelme escribe una parodia de cierta novela histórica con pretensiones: si normalmente se proyectan ilusiones e ideologías del presente a sucesos del pasado, él con humor y sutileza, trae personajes del pasado a la modernidad. El anacronismo, más allá de las situaciones inesperadas y hasta hilarantes a las que da lugar, incita a una reflexión distanciada e irónica sobre nuestra propia época.
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En plena Segunda Guerra Mundial, la monarquía británica observa sin demasiada confianza en sus propias fuerzas el inexorable avance de los ejércitos del Reich. Pero la familia real no la forman los ubicuos miembros de la Casa de Windsor, sino el legendario rey Arturo y toda su corte de damas, nobles y caballeros. Arturo, cuya longevidad no deja de sorprender a propios y extraños, sigue reinando a mitad del siglo XX con casi el mismo espíritu y la misma visión del mundo de su época. Así los valerosos caballeros de la Tabla Redonda no combaten a los sajones sino a los nuevos bárbaros nazis; no escuchan los relatos de sus hazañas (y de sus pifias, tan frecuentes o más) de boca de bardos, sino a través de unas viperinas emisiones radiofónicas; ni siquiera les queda el consuelo de defender el honor de unas damas que se han espabilado más de lo imaginable. Perdidos en un mundo que ya no es el suyo ofrecen, por contraposición, una imagen espectacular tan realista como desencantada de la época actual. Barthelme escribe una parodia de cierta novela histórica con pretensiones: si normalmente se proyectan ilusiones e ideologías del presente a sucesos del pasado, él con humor y sutileza, trae personajes del pasado a la modernidad. El anacronismo, más allá de las situaciones inesperadas y hasta hilarantes a las que da lugar, incita a una reflexión distanciada e irónica sobre nuestra propia época.