El comisario no opinó en este caso. Después de todo, el preso tenía razón. Ocho horas no eran muchas, aunque a él, particularmente, le parecerían siglos. Y al hombre encerrado tras aquellas gruesas barras de hierro, minutos, acaso segundos. Todo dependía del lugar en que uno se encontraba, a un lado u otro de aquella puerta. Reinó un prolongado silencio dentro de la Prisión del Condado.
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El comisario no opinó en este caso. Después de todo, el preso tenía razón. Ocho horas no eran muchas, aunque a él, particularmente, le parecerían siglos. Y al hombre encerrado tras aquellas gruesas barras de hierro, minutos, acaso segundos. Todo dependía del lugar en que uno se encontraba, a un lado u otro de aquella puerta. Reinó un prolongado silencio dentro de la Prisión del Condado.