Los organizadores del «rodeo» comenzaron a maldecir, mientras los asistentes corrían a refugiarse del aguacero y las instalaciones de la feria se convertían rápidamente en un lodazal donde ningún vaquero, ni el más suicida, se arriesgaría a montar un potro salvaje o a domar a un astado violento. Además, tampoco hubiese valido la pena la hazaña, porque no quedaba nadie para presenciarla, bajo los festones de banderitas de papel que adornaban el recinto festivo.
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Los organizadores del «rodeo» comenzaron a maldecir, mientras los asistentes corrían a refugiarse del aguacero y las instalaciones de la feria se convertían rápidamente en un lodazal donde ningún vaquero, ni el más suicida, se arriesgaría a montar un potro salvaje o a domar a un astado violento. Además, tampoco hubiese valido la pena la hazaña, porque no quedaba nadie para presenciarla, bajo los festones de banderitas de papel que adornaban el recinto festivo.