Destacaba mucho sobre el árido paraje reseco, agrietado por la ausencia de lluvias, con la tierra cuarteada y áspera. Sólo él y los matojos grisáceos que emergían entre las rocas peladas y los escasos cactos, ponían una nota de diferente color en el amarillento rojizo de la extensión sin fin, bordeada en la distancia por unas lomas arenosas y monótonas. Vestía enteramente de gris. Un gris plomizo, oscuro, que se extendía desde su sombrero de copa plana hasta sus botas polvorientas. El caballo era marrón y blanco, arrogante y ágil, pese al fuerte calor que caía implacable sobre ellos. Los ojos del jinete, bajo el ala abarquillada del sombrero gris, se entornaban entre una inextricable red de arrugas en el rostro curtido. La fuerza del sol era excesiva para soportarlo con los ojos muy abiertos. El color de aquellas pupilas era tan gris como el de sus ropas.
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Destacaba mucho sobre el árido paraje reseco, agrietado por la ausencia de lluvias, con la tierra cuarteada y áspera. Sólo él y los matojos grisáceos que emergían entre las rocas peladas y los escasos cactos, ponían una nota de diferente color en el amarillento rojizo de la extensión sin fin, bordeada en la distancia por unas lomas arenosas y monótonas. Vestía enteramente de gris. Un gris plomizo, oscuro, que se extendía desde su sombrero de copa plana hasta sus botas polvorientas. El caballo era marrón y blanco, arrogante y ágil, pese al fuerte calor que caía implacable sobre ellos. Los ojos del jinete, bajo el ala abarquillada del sombrero gris, se entornaban entre una inextricable red de arrugas en el rostro curtido. La fuerza del sol era excesiva para soportarlo con los ojos muy abiertos. El color de aquellas pupilas era tan gris como el de sus ropas.