ERA una hermosa estatua. La más hermosa de todas, La más perfecta. Sus manos se deslizaron como palomas aladas, suaves, apacibles, hasta envolver las formas abstractas, inconcretas, de la estatua recién terminada. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Orloc. Sus ojos ardientes contemplaron la obra maestra. Una especie de misticismo, de fervor extraño y delirante, asomó a la crispación de su pálido rostro, sudoroso por el esfuerzo.
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ERA una hermosa estatua. La más hermosa de todas, La más perfecta. Sus manos se deslizaron como palomas aladas, suaves, apacibles, hasta envolver las formas abstractas, inconcretas, de la estatua recién terminada. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Orloc. Sus ojos ardientes contemplaron la obra maestra. Una especie de misticismo, de fervor extraño y delirante, asomó a la crispación de su pálido rostro, sudoroso por el esfuerzo.