Ya estaba allí. Ante él. Esplendorosa. Una sinfonía limpia, irisada, de oros y azules, de verdes y blancos, de ocres y rojos. Ella… La Riviera. Había dejado definitivamente atrás Mónaco y su bahía, su hermosa bahía, sus altas laderas verdes, frondosas, salpicadas de residencias y hoteles de lujo. Y su pintoresca población. Y su casino. Aceleró al pasar la última curva. Le gustaba correr. Siempre le había gustado. Ahora, le gustaba más que nunca. No por simple gusto. Es porque tenía que correr. Le era necesario. Preciso. Urgente. Inevitable. Tenía que correr. Tenía que alejarse. Huir… El automóvil devoraba millas. Y asfalto. Y distancias.
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Ya estaba allí. Ante él. Esplendorosa. Una sinfonía limpia, irisada, de oros y azules, de verdes y blancos, de ocres y rojos. Ella… La Riviera. Había dejado definitivamente atrás Mónaco y su bahía, su hermosa bahía, sus altas laderas verdes, frondosas, salpicadas de residencias y hoteles de lujo. Y su pintoresca población. Y su casino. Aceleró al pasar la última curva. Le gustaba correr. Siempre le había gustado. Ahora, le gustaba más que nunca. No por simple gusto. Es porque tenía que correr. Le era necesario. Preciso. Urgente. Inevitable. Tenía que correr. Tenía que alejarse. Huir… El automóvil devoraba millas. Y asfalto. Y distancias.