El sargento asintió en silencio. No esperaba más del forense. Era todo lo que él suponía de antemano. Se echó hacia atrás el sombrero, pensativamente, y luego recorrió con una nueva ojeada la habitación. Estaba harto de mirarlo todo sin ver nada especial. Se acercó otra vez al cadáver tendido sobre la cama, con el brazo izquierdo colgando hasta rozar la alfombra con sus dedos rígidos. Poco más allá, estaba aún la jeringuilla, con su aguja centelleando al herirla un rayo de sol que se filtraba por entre las persianas de la ventana. Todo seguía igual, sin haberse alterado nada.
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El sargento asintió en silencio. No esperaba más del forense. Era todo lo que él suponía de antemano. Se echó hacia atrás el sombrero, pensativamente, y luego recorrió con una nueva ojeada la habitación. Estaba harto de mirarlo todo sin ver nada especial. Se acercó otra vez al cadáver tendido sobre la cama, con el brazo izquierdo colgando hasta rozar la alfombra con sus dedos rígidos. Poco más allá, estaba aún la jeringuilla, con su aguja centelleando al herirla un rayo de sol que se filtraba por entre las persianas de la ventana. Todo seguía igual, sin haberse alterado nada.