Eddie Kingsby accionó suavemente el volante. Conocía aquella carretera como las rayas de la palma de su mano. Con igual suavidad que la impulsada al volante, las ruedas del largo y rojo “Cadillac” doblaron la pronunciada curva que seguía a las estaciones de servicio situadas en las afueras de Wabash Springs, Indiana. El familiar signo curvo y la vertical indicadora del peligro, quedaron atrás, engullidas por el azul intenso del atardecer. Poco después, Eddie tuvo que encender los faros, y continuar por la carretera general con su ayuda. Ahora el tramo era recto y llano, lo cual le permitía correr con tal comodidad. Aún faltaba bastante para alcanzar North City. Encendió un cigarrillo y siguió conduciendo con una sola mano, absolutamente tranquilo.
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Eddie Kingsby accionó suavemente el volante. Conocía aquella carretera como las rayas de la palma de su mano. Con igual suavidad que la impulsada al volante, las ruedas del largo y rojo “Cadillac” doblaron la pronunciada curva que seguía a las estaciones de servicio situadas en las afueras de Wabash Springs, Indiana. El familiar signo curvo y la vertical indicadora del peligro, quedaron atrás, engullidas por el azul intenso del atardecer. Poco después, Eddie tuvo que encender los faros, y continuar por la carretera general con su ayuda. Ahora el tramo era recto y llano, lo cual le permitía correr con tal comodidad. Aún faltaba bastante para alcanzar North City. Encendió un cigarrillo y siguió conduciendo con una sola mano, absolutamente tranquilo.