Kato sepultó las manos en los bolsillos de su sobretodo negro. Miró al exterior, a través de los ramalazos de lluvia, visibles desde los ventanales encristalados del templo. Maldita noche —gruñó entre dientes, dando unos pasos sobre el suelo embaldosado de oscuro, sintiendo que el ruido de sus zapatos retumbaba en las altas bóvedas del recinto religioso. Recordó dónde estaba y elevó sus ojos hacia la gran estatua de Buda que servía de fondo grandioso a la inmensa nave. —Perdón… Creo que ya no sé lo que me digo.
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Kato sepultó las manos en los bolsillos de su sobretodo negro. Miró al exterior, a través de los ramalazos de lluvia, visibles desde los ventanales encristalados del templo. Maldita noche —gruñó entre dientes, dando unos pasos sobre el suelo embaldosado de oscuro, sintiendo que el ruido de sus zapatos retumbaba en las altas bóvedas del recinto religioso. Recordó dónde estaba y elevó sus ojos hacia la gran estatua de Buda que servía de fondo grandioso a la inmensa nave. —Perdón… Creo que ya no sé lo que me digo.