El fiscal se irguió lentamente, dando unos pasos calculados, dramáticos, en dirección al acusado. Los miembros del jurado y el propio magistrado cuya blanca peluca asomaba como una cumbre nevada sobre el alto estrado de Old Bailey, siguieron su paseo en silencio, esperando la declaración final del acusador público.
Súbitamente, éste dio un brusco, teatral giro y se quedó apuntando con su índice extendido, al hombre sentado en el banquillo.
—¡Ahí tienen ustedes, señores, al asesino de una mujer inofensiva y buena, que jamás trató de amargarle la vida y sí, por el contrario, de confortar sus difíciles momentos de fracaso y de abatimiento, con la energía y la ternura de su dulce corazón de esposa amante!
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El fiscal se irguió lentamente, dando unos pasos calculados, dramáticos, en dirección al acusado. Los miembros del jurado y el propio magistrado cuya blanca peluca asomaba como una cumbre nevada sobre el alto estrado de Old Bailey, siguieron su paseo en silencio, esperando la declaración final del acusador público.
Súbitamente, éste dio un brusco, teatral giro y se quedó apuntando con su índice extendido, al hombre sentado en el banquillo.
—¡Ahí tienen ustedes, señores, al asesino de una mujer inofensiva y buena, que jamás trató de amargarle la vida y sí, por el contrario, de confortar sus difíciles momentos de fracaso y de abatimiento, con la energía y la ternura de su dulce corazón de esposa amante!