La puerta de la celda se abrió. El peculiar chirrido del metal oxidado siguió al doble giro de la llave en la cerradura.
—La comida, Brad —dijo el celador, entrando en el pequeño recinto enrejado con la bandeja que contenía los alimentos.
Tras él, en el umbral, el comisario se mantenía rifle en mano, pendiente de los movimientos del prisionero. Este se alzó de su camastro con aire indiferente.
—Gracias, Bill —dijo con voz calmosa—. ¿Qué tenemos hoy?
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La puerta de la celda se abrió. El peculiar chirrido del metal oxidado siguió al doble giro de la llave en la cerradura.
—La comida, Brad —dijo el celador, entrando en el pequeño recinto enrejado con la bandeja que contenía los alimentos.
Tras él, en el umbral, el comisario se mantenía rifle en mano, pendiente de los movimientos del prisionero. Este se alzó de su camastro con aire indiferente.
—Gracias, Bill —dijo con voz calmosa—. ¿Qué tenemos hoy?