La mujer de las medias oscuras echó una moneda en la máquina tocadiscos. Esta tardo un poco en funcionar. La aguja buscó la grabación, dentro del recinto luminoso. Ella llevaba ropas llamativas y muy adheridas. Resultaba desafiante, y lo sabía. Se acarició lentamente las caderas, moviéndose hacía el hombre sentado al otro extremo del largo mostrador. —Tengo sed —dijo, reclinándose en el mostrador. —Yo también —respondió él, pensativo—. Es el calor. —Claro —ella se estiró el traje, bajando algunas pulgadas el descote. Valía la pena, pero el otro no la hizo caso—. Es un verano muy cálido.
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La mujer de las medias oscuras echó una moneda en la máquina tocadiscos. Esta tardo un poco en funcionar. La aguja buscó la grabación, dentro del recinto luminoso. Ella llevaba ropas llamativas y muy adheridas. Resultaba desafiante, y lo sabía. Se acarició lentamente las caderas, moviéndose hacía el hombre sentado al otro extremo del largo mostrador. —Tengo sed —dijo, reclinándose en el mostrador. —Yo también —respondió él, pensativo—. Es el calor. —Claro —ella se estiró el traje, bajando algunas pulgadas el descote. Valía la pena, pero el otro no la hizo caso—. Es un verano muy cálido.