La sirena aulló, estridente. Incluso su sonido metálico parecía allí un extraño y lúgubre lamento, que rebotaba de muro en muro, hasta morir sobre las torres grises, sin lograr salir al paraje desolado del exterior. Pero aquel triste alarido fué suficiente para que todos los hombres uniformados de gris dejasen de trabajar en las canteras y en los talleres interiores del sombrío edificio, reuniéndose en una larga hilera similar a la de miles de hormigas juntas, y esperando allí la llegada de los celadores de uniforme color azul, que sin soltar los rifles «Winchester» fueron tomando las posiciones habituales para conducir a los reclusos al comedor. Era lo habitual en «La Fortaleza». Nada podía ser allí diferente. Día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto, los hombres hacían dentro de aquellos muros exactamente lo mismo que hicieran el día antes. No podía quebrarse la rutina de un penal como aquel.
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La sirena aulló, estridente. Incluso su sonido metálico parecía allí un extraño y lúgubre lamento, que rebotaba de muro en muro, hasta morir sobre las torres grises, sin lograr salir al paraje desolado del exterior. Pero aquel triste alarido fué suficiente para que todos los hombres uniformados de gris dejasen de trabajar en las canteras y en los talleres interiores del sombrío edificio, reuniéndose en una larga hilera similar a la de miles de hormigas juntas, y esperando allí la llegada de los celadores de uniforme color azul, que sin soltar los rifles «Winchester» fueron tomando las posiciones habituales para conducir a los reclusos al comedor. Era lo habitual en «La Fortaleza». Nada podía ser allí diferente. Día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto, los hombres hacían dentro de aquellos muros exactamente lo mismo que hicieran el día antes. No podía quebrarse la rutina de un penal como aquel.