Se incorporó. La camisa se adhería a su piel a causa de la copiosa transpiración. El calor era intolerable. Incluso con aquel irritante ventilador zumbando en el techo de la habitación. Aplastó la punta del cigarrillo en el cenicero. Luego, se volvió a la mujer que sollozaba en el rincón. —No llores más —ordenó. Ella obedeció sólo en parte. Levantó los ojos hacia él, gimoteando. Tenía la mejilla hinchada y enrojecida. Un hilillo de sangre muy tenue se había secado sobre su barbilla. La mirada del hombre, al fijarse indiferente en ella, no reveló la menor compasión por su estado. —Me duele —se quejó ella roncamente.
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Se incorporó. La camisa se adhería a su piel a causa de la copiosa transpiración. El calor era intolerable. Incluso con aquel irritante ventilador zumbando en el techo de la habitación. Aplastó la punta del cigarrillo en el cenicero. Luego, se volvió a la mujer que sollozaba en el rincón. —No llores más —ordenó. Ella obedeció sólo en parte. Levantó los ojos hacia él, gimoteando. Tenía la mejilla hinchada y enrojecida. Un hilillo de sangre muy tenue se había secado sobre su barbilla. La mirada del hombre, al fijarse indiferente en ella, no reveló la menor compasión por su estado. —Me duele —se quejó ella roncamente.