La pregunta no era fácil de contestar. Morgan Winslow, jefe de estación de Nueva Orleans, miró con perplejidad a quién le interrogaba. Miró en la distancia el resplandor de los incendios que se reflejaban, con fulgores llameantes, en las oscuras aguas del Mississippi. Por el río, barcazas fluviales de la Unión iban acercándose implacablemente a la ciudad. Los cañones batían, desde el río, las riberas ciudadanas, destruyendo paulatinamente las fortificaciones confederadas extendidas a lo largo el río.
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La pregunta no era fácil de contestar. Morgan Winslow, jefe de estación de Nueva Orleans, miró con perplejidad a quién le interrogaba. Miró en la distancia el resplandor de los incendios que se reflejaban, con fulgores llameantes, en las oscuras aguas del Mississippi. Por el río, barcazas fluviales de la Unión iban acercándose implacablemente a la ciudad. Los cañones batían, desde el río, las riberas ciudadanas, destruyendo paulatinamente las fortificaciones confederadas extendidas a lo largo el río.