Oí un golpe seco al dejar mi interlocutor el auricular sobre una mesa. Unos pasos sonoros, huecos, se alejaron por algún largo corredor del presidio. Aguardé, tenso, sin respirar casi. Miraba al ventanal abierto, en el que un soplo de aire cálido agitaba levemente las cortinillas. Más allá, la ciudad. Inmensa, salpicada de luces, como un reflejo del cielo cuajado de estrellas que la cubría. También aquellas luces parpadeaban, giraban, cambiaban de colores.
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Oí un golpe seco al dejar mi interlocutor el auricular sobre una mesa. Unos pasos sonoros, huecos, se alejaron por algún largo corredor del presidio. Aguardé, tenso, sin respirar casi. Miraba al ventanal abierto, en el que un soplo de aire cálido agitaba levemente las cortinillas. Más allá, la ciudad. Inmensa, salpicada de luces, como un reflejo del cielo cuajado de estrellas que la cubría. También aquellas luces parpadeaban, giraban, cambiaban de colores.