Irguió sus seis pies de estatura, enfundados en el «tweed» arrugado y fuera de moda, y estiró la mano hacia un gabán de color gris azulado, tan rugoso y descuidado como el traje. De haber vestido bien, Wade hubiera parecido un galán de cine, y él lo sabía. En principio, porque había vestido así en ciertas ocasiones dichosas, cuando aún no había cometido el estúpido error de casarse con Paula Hickey, taquimecanógrafa de un cliente importante en aquellas fechas. Después porque Wade era sincero incluso consigo mismo, y sabía reconocerse virtudes y defectos. Los defectos eran tantos que valía la pena no mencionarlos. Y las virtudes le parecían superfluas en una profesión como la suya.
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Irguió sus seis pies de estatura, enfundados en el «tweed» arrugado y fuera de moda, y estiró la mano hacia un gabán de color gris azulado, tan rugoso y descuidado como el traje. De haber vestido bien, Wade hubiera parecido un galán de cine, y él lo sabía. En principio, porque había vestido así en ciertas ocasiones dichosas, cuando aún no había cometido el estúpido error de casarse con Paula Hickey, taquimecanógrafa de un cliente importante en aquellas fechas. Después porque Wade era sincero incluso consigo mismo, y sabía reconocerse virtudes y defectos. Los defectos eran tantos que valía la pena no mencionarlos. Y las virtudes le parecían superfluas en una profesión como la suya.