—No digas eso, Shelby. Despídete como todos: «Hasta la vista»…
—No habrá un «hasta la vista». No volveré nunca.
—Bah. Es lo que dicen todos. Pero al final, siempre vuelven…
No cambiamos más palabras. Y si lo hicimos, no lo recuerdo. Aquéllas bastaban. Eran lo suficientemente abrasadoras, para grabarse en mí como un hierro de marcar ganado.
Lo amargaban todo: «Hasta la vista»… «Hasta la vista, Shelby»… Amargaban todo: hasta aquella noche húmeda y bochornosa, con olor a sulfuro. Hacía calor. Y posiblemente habría tormenta, cuando el bochorno buscara mayor expansión.
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—Adiós, amigos. Hasta nunca.
—No digas eso, Shelby. Despídete como todos: «Hasta la vista»…
—No habrá un «hasta la vista». No volveré nunca.
—Bah. Es lo que dicen todos. Pero al final, siempre vuelven…
No cambiamos más palabras. Y si lo hicimos, no lo recuerdo. Aquéllas bastaban. Eran lo suficientemente abrasadoras, para grabarse en mí como un hierro de marcar ganado.
Lo amargaban todo: «Hasta la vista»… «Hasta la vista, Shelby»… Amargaban todo: hasta aquella noche húmeda y bochornosa, con olor a sulfuro. Hacía calor. Y posiblemente habría tormenta, cuando el bochorno buscara mayor expansión.