No fue un grito, sino una quejumbrosa exclamación emitida por alguien que, de repente, se hubiera visto inmerso en una extraña y desconcertante situación. Los buitres que habían estado revoloteando sobre el fuerte, silencioso y abandonado, acabaron por marcharse. Uno de ellos, el último en darse cuenta de que en aquel lugar no había el menor vestigio de carroña que pudiera saciar su inagotable voracidad, se posó sobre la rueda de un oxidado cañón.
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No fue un grito, sino una quejumbrosa exclamación emitida por alguien que, de repente, se hubiera visto inmerso en una extraña y desconcertante situación. Los buitres que habían estado revoloteando sobre el fuerte, silencioso y abandonado, acabaron por marcharse. Uno de ellos, el último en darse cuenta de que en aquel lugar no había el menor vestigio de carroña que pudiera saciar su inagotable voracidad, se posó sobre la rueda de un oxidado cañón.